Gastando
la vida
No
viajaba con equipaje pesado, prefería cargar con su entusiasmo y las
ganas de explorar el mundo. Solía mirar más allá de lo evidente,
su curiosidad era la llave para atravesarlo todo.
Captó
mi atención desde la primera vez que la vi. No pude ser indiferente
a su expresión de picardía y la energía que la envolvía.
Me
topaba con ella temprano por las mañanas antes de ir a trabajar. Un
día cualquiera, me regaló un simpático ''Hola'' que me tomó
desprevenido, y a partir de allí comenzó nuestra amistad.
¡Era
fascinante observarla! Ella me ayudó a desvestir la creatividad un
día en el que mis pensamientos corrían cuesta arriba.
Y
cuando reíamos, no existía el tiempo.
Sus
dedos acariciaban el piano con delicadeza. Mientras la escuchaba
tocar, se levantaba bailando y la música en la sala seguía sonando.
Fui
testigo de sus emprendimientos y locos inventos, un sinfín de
travesuras y un espíritu incansable. Costaba seguirle el ritmo,
costaba apresarla un segundo entre las manos.
La
perdí de vista una tarde de agosto en la que se marchó sin
explicación, supongo que buscando nuevas aventuras.
Creí
que la monotonía amenazaría mis días desde su partida, pero no lo
hizo.
Estaba tan envuelto en su mundo que no había reparado en todo
lo que ella me había enseñado.
Desde
que tuve el placer de conocerla me despedí del aburrimiento, y es
desde que no está aquí que la siento más presente que nunca.
Breve,
pero intenso pasaje. Mágico y perdurable.
Hace
meses que no sé nada de ella, por eso en la tarde de hoy me dediqué
a recordarla, a imaginarla bailando nuevamente en la sala.
A
añorarla desordenando el mundo y a imitarla gastando la vida.
Fotografía de Maia Flore.
Pd: texto inspirado en la personalidad llena de vida de Maude, entrañable personaje de la película ''Harold and Maude'' (EE.UU, 1971). Te la recomiendo ;)
Y también, inspirado en las palabras de una vieja y fugaz persona, que un buen día nos dijo a mis amigas y a mí: ''gasten la vida''.
Escape
Encerrado
en la cotidianidad de su caja, apretaba las manos con fuerza como si
con el gesto aplastara al mundo. Las paredes rebosaban de frío
silencio.
Solía
estrujar papeles y liberar gritos añejos recluidos en la garganta, y
aún así no lograba destrozar la realidad que lo atormentaba.
Podía
caminar de un lado a otro con desesperación y lanzar de un golpe el
último electrodoméstico que le quedaba, pero tampoco con eso
conseguía hacer añicos la tristeza.
Ni
el llanto ni la risa le contaban nuevas historias, y ni uno de los
que alguna vez le juró fidelidad se acordó de darse una vuelta por
aquel lugar.
En
cada amanecer partía sin esmero a cumplir con su rutina. Al caer el
sol volvía a su caja, y sobrevivía la noche sin pena ni gloria.
Día
tras día, se encierra en un sitio en donde no crecen las flores, en
donde los atronadores ruidos de sus miedos no le dejan escuchar el
resto de sonidos. Hacia donde va la contaminación le arde en los
ojos y las raíces secas que tiran de sus piernas le impiden salir.
Se
lamenta de no tener a nadie con quien compartir su pesar, de no
contar con una boca cómplice que le proporcione las palabras
adecuadas. Le parece imposible pensar en algo habiendo tanto desorden
en la sala, en su cabeza.
Sin
meditarlo, y como acto seguido a una revelación, agarra unos papeles
sueltos que se mezclan entre los trastos esparcidos por el suelo.
Una
punzada de alivio atraviesa su mano y descansa en el papel; lo mira
como a un buen amigo, como al brazo que se extiende ante él para
rescatarlo del abismo.
Esperanzado,
toma un bolígrafo y empieza a escribir...
Obra de Rafael
Zabaleta.
Él
Amable,
correcto, guapo: perfecto para el mundo. De sonrisa fácil y
encantadora.
Su
andar despreocupado dejaba en evidencia un torso atlético y el tono
de voz estremecía con sólo una palabra. El
estereotipo de belleza para un sociedad dominada por la imagen.
Conquistaba
a quien se cruzara en su camino, haciendo uso de su sentido del humor
e inteligencia. Era un líder nato, la gente se acostumbraba a
seguirle el paso.
Puede
que engañara al resto con su actitud, pero mi intuición me gritaba
que había algo más detrás de él.
Había
un mundo distinto debajo de su apariencia, detrás de su coraza de
niño insensible, y me preguntaba a diario qué era lo que lo
desvelaba. Qué lo movía al despertarse en las mañanas, adónde
buscaría refugio en una noche de tormenta.
De
seguro el resto se creía aquello de que era un ''libro abierto'',
pero los secretos en abundancia se dejan oler y van soltando finas
hebras. ¿Qué será lo que oculta? ¿Quién era él cuando se
encontraba vulnerable, apartado de adornos?
Aquellos
ávidos ojos que observaban con ganas de comerse al mundo, podían
mostrar seguridad delante de los otros, deshacerse de cualquier duda
a su alrededor. Pero a mí no conseguía engañarme ese disfraz, y
por el contrario, no dejaba de imaginar al ser real detrás del
enigmático Adonis.
¿Y
si el interior era como una corriente de agua fresca? Un manantial de
sueños dormidos.
Tal
vez allí existan miles de palabras que ansían ser escritas, o un
pájaro cautivo que anhela su libertad.
Aún
no consigo saberlo, y mis especulaciones no parecen ser puras
fantasías; sigo intuyendo el secreto refugiado en sus labios y
oliendo el misterio que desprende de sus ojos.
Fotografía de Nikolas
Brummer.